Algunas culturas nos transmitieron la idea de un tiempo circular, más o menos permeado por cuestiones de índole moral. Hay quien dice que el tiempo discurre únicamente dentro de nuestras
cabezas: que se alarga o se contrae en función del disfrute obtenido por
el observador y de otros parámetros de naturaleza subjetiva. En cualquier caso, el tiempo de los pastores, el de las estaciones, hace tiempo que dejó de pertenecernos. Nuestras ciudades mantienen permanentemente la ilusión de un día perpetuo, los ciclos han cambiado su naturaleza y el tiempo se ha hecho líquido. La Ciencia lo entiende más bien como un fenómeno emergente, regurgitado a partir de la imbricada relación cuántica que establecen las partículas. Conceptos como "simultaneidad" han perdido, por tanto, su sentido y las distintas variaciones posibles de pasado y futuro coexisten entre la espesa sopa cuántica. La vara de medir Cartesiana ha resbalado, así, de entre los dedos del Creador que ahora nos mira, atónito, desde su posición vibrante.
Esta imagen tiene un marco espacio-temporal: 1933, durante la reunión de la "Liga de las Naciones" en Ginebra (Suiza). La fotografía capta el instante en que uno de los representantes de Alemania, Joseph Goebbles, se entera de los orígenes judíos del fotógrafo enviado por la revista Life a cubrir el evento. El mismo fotógrafo que toma la fotografía. Así, mientras el jerarca nazi dispara su odio hacia el fotógrafo, la cámara le devuelve su propio odio reflejado.
Dicen que la fotografía es el arte de congelar el instante. Cada vez que mires esta imagen, será 1933 y lo peor estará por llegar. Somos los hijos de Ouroboros, a ti nos encomendamos.
[Fotografía: Alfred Eisenstaedt]
© Juvenal Machín
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