¿Qué canciones te llevarías para un buen fin del mundo? con esta inocente pregunta entre amigos empieza un pequeño viaje que en realidad comenzó mucho antes de empezar.
En torno al año 740 A.C. una profecía establecía que Roma sería destruida a poco más de 12 años de su fundación. Así lo aseguraba el mito de las doce águilas, que había revelado al propio Rómulo el tiempo de vida—doce años, uno por cada águila—del que disfrutaría la ciudad. Pasada la fecha, los romanos concluyeron que cada águila representaba en realidad una década, de modo que había que "ajustar" el fin de los tiempos. Las revelaciones del fin se sucedieron durante siglos, siempre quedando en apenas un triste conato. Fue durante la epidemia de la peste negra o la época de la guerra fría cuando probablemente estuvimos más cerca de presenciar una bonita extinción pero, aún así—probablemente solo por suerte—logramos perpetuar nuestra presencia. Alquimistas, adivinos, cantamañanas, místicos, Papas, líderes sectarios e incluso un matemático han situado en numerosas ocasiones la fecha del Armagedón, la llegada del Anticristo, el Apocalipsis, el fin de los tiempos—el acabose, vamos—en base a deducciones de aplastante lógica, tales como las dimensiones del arca de Noé, la coincidencia del Viernes Santo con la Anunciación de María, o que los Mayas—ellos, muy sabios—ya lo habían calculado. Que sí. Durante todo este tiempo las ciudades se alzaron, florecieron y fueron destruidas, normalmente por la mano del hombre, y renacieron sobre los pilares de la gloria y la ignominia pasadas. Pero ni todos los males del mundo fueron capaces de acabar con estos monos venidos a más, esta garrapata cósmica que lo devora todo. Excepto el propio mono, claro.
Después de este largo viaje, hoy todo el planeta vive de nuevo pendiente de la pandemia: a pesar de lo que algunos digan, el cambio climático nos está conduciendo lenta pero inexorablemente hacia una extinción masiva de las formas de vida tal y como las conocemos. La pandemia de la manipulación informativa extiende sus tentáculos desde los distintos grupos de presión que siempre buscan arrimar el ascua a su sardina, por encima del bien común (¡Ah, Rousseau!). O la pandemia del nuevo negacionismo, la triste plaga del pensamiento mágico cumbayá, que está provocando el resurgimiento de enfermedades ya erradicadas, como la polio o el sarampión, que vuelven a reclamar siniestro peaje en nuestros niños y niñas (¡Ah, la posmodernidad!). Y, ahora, el COVID-19. En las calles, en los mismos edificios que habitamos, tras algunas puertas de esas mismas escaleras, muchas familias han vivido su particular fin del mundo y otras muchas verán alterada sin duda su normalidad.
Pero a nivel individual el fin del mundo llegará y lo sabes. En fin: será el fin, el fin del fin, en Finlandia y en Pekín como aire que se agota, en fin serafín será el fin. Por eso, desde la terraza, el replicante Roy Batty clama y aúlla. Ya ha asesinado a su dios, tarea que todo superhombre que se precie debe realizar, pero con este acto de liberación intelectual ha quedado entonces a merced de su propia finitud (¡Ay, Nietzsche!). Y todos esos momentos se perderán en el tiempo, como lágrimas en la lluvia. Tic-tac.
Centrémonos. Aquí
estamos: un tipo que se va al confín del mundo a buscar no se sabe
muy bien qué, otro que viaja continuamente sin moverse de su cabeza.
Somos las brujas del este, los músicos del Titanic, los desheredados
del fango, los que esperan el meteorito. Y vamos a hacer un
aquelarre para convocar a los espíritus del vino. Que el fin del
mundo no te pille sin escuchar una buena canción. Como dijo
Hordonio: “Comamos y bebamos, ya que si morimos, al menos
estaremos alimentados”.
¡Salud!
Canciones para el fin del mundo es una sección de la revista "Tamasma Cultura".
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